La Capilla de la Reina Teodolinda se abre en el brazo norte del crucero de la Catedral de Monza. Su decoración pictórica, que data de mediados del siglo XV y está dedicada a las Historias de Teodolinda, distribuidas en 45 escenas, es la más
La Capilla de la Reina Teodolinda se abre en el brazo norte del crucero de la Catedral de Monza. De esbeltas formas góticas, fue erigida a finales del siglo XV, durante la última fase de las obras de reconstrucción de la basílica iniciadas en 1300. Su decoración pictórica, que data de mediados del siglo XV y está dedicada a las Historias de Teodolinda, distribuidas en 45 escenas, es un sentido homenaje a la soberana lombarda que fundó la iglesia y, al mismo tiempo, un testimonio de la delicada transición dinástica que se estaba produciendo entonces en el Ducado de Milán entre la familia Visconti y la familia Sforza, a la que se refieren los símbolos heráldicos pintados en los marcos y las alusiones metafóricas al matrimonio entre Bianca Maria Visconti y Francesco Sforza que aparecen en las imágenes.
Con las obras conservadas de Michelino da Besozzo, Pisanello y Bonifacio Bembo, a las que está íntimamente ligado en términos estilísticos, el ciclo de frescos de la capilla está considerado una de las obras maestras de la pintura gótica internacional en Italia, así como el resultado más importante de la obra de los Zavattari: una familia de pintores milaneses activos en Lombardía a lo largo del siglo XV, que se nos presenta documentalmente como una auténtica dinastía de artistas, compuesta por el progenitor Cristoforo, responsable entre 1404 y 1409 de varias obras en la catedral de Milán, su hijo Franceschino, también activo en la catedral milanesa entre 1417 y 1453, y los tres hijos de este último, Giovanni, Gregorio y Ambrogio, con quienes Franceschino trabajó probablemente en Monza y, sólo con los dos últimos, en la Certosa de Pavía. La serie la concluye Franceschino II, hijo de Giovanni y hermano de Vincenzo, Gian Giacomo y Guidone. La capilla fue pintada en dos ocasiones entre 1441-44 y 1444-46 y, con toda probabilidad, por cuatro "manos" diferentes, que algunos estudiosos proponen identificar con otros tantos miembros de la familia Zavattari. La escena 32, en la que aparecen la firma y la fecha de 1444, es considerada por algunos como una de las cumbres poéticas del ciclo, así como el punto de unión entre la primera y la segunda campaña pictórica, como atestiguarían también recientes hallazgos de archivos.
Las 45 escenas narran la historia de la reina Teodolinda a partir de los relatos históricos de Pablo Diácono (siglo VIII), autor de la Historia Langobardorum, y de Bonincontro Morigia (siglo XIV), autor del Chronicon Modoetiense. Con una superficie de unos 500 metros cuadrados y organizada en cinco registros superpuestos, la narración sigue un curso horizontal de izquierda a derecha y de arriba abajo, y se divide del siguiente modo las escenas 1 a 23 describen los preliminares y la boda entre Teodolinda, princesa de Baviera, y Autari, rey de los lombardos, concluyendo con la muerte del rey; las escenas 24 a 30 representan los preliminares y la boda entre la reina y su segundo marido Agilulfo; De las escenas 31 a 41 se representa la fundación y los primeros acontecimientos de la basílica de Monza, seguidos de la muerte del rey Agilulfo y de la reina; por último, de las escenas 41 a 45 se ilustra el desafortunado intento de reconquista de Italia por parte del emperador oriental Constante y su triste regreso a Bizancio. A medida que se suceden las escenas, el ritmo del relato se hace más lento o más apretado en función de la importancia de los momentos narrados. Hasta 28 etapas del relato están dedicadas también a escenas de bodas, relativas a los dos matrimonios de la reina. Esta circunstancia hace pensar que los cuadros fueron concebidos también como un homenaje a Bianca Maria Visconti, basándose en la analogía que une a la reina lombarda con la duquesa lombarda, que se casó con Francesco Sforza en 1441, legitimando así su aspiración a suceder a Filippo Maria Visconti en la dignidad ducal de Milán. Hay muchas escenas relacionadas con la vida de la corte -bailes, fiestas, banquetes, partidas de caza-, pero también viajes y batallas, y son numerosos los detalles sobre la moda y las costumbres de la época que presentan los protagonistas: vestidos, peinados, armas y armaduras, mobiliario, actitudes y posturas. Todo ello proporciona una de las más ricas y extraordinarias visiones de la condición y vida en la corte del Milán del siglo XV, quizá el ambiente más europeo de la Italia de la época.
El complejo proceso utilizado por los autores -en el que conviven diferentes materiales y técnicas como el fresco, el temple seco, la pastilla en relieve, el dorado y el plateado a la hoja- muestra la extraordinaria versatilidad operativa del taller y responde perfectamente al clima suntuoso que dominaba en las cortes y entre la aristocracia de la época. El altar de la Capilla, construido en 1895-96 en estilo neogótico según un diseño de Luca Beltrami, alberga la Corona de Hierro, la más famosa y sagrada de las joyas de oro del Tesoro de la Catedral de Monza.(fuente: Museo del Duomo)
LA CORONA FERREA
La Corona de Hierro, una de las joyas más importantes y significativas de toda la historia de Occidente, se conserva en el altar de la Capilla de Teodolinda.
La Corona de Hierro se ha conservado milagrosamente desde la Edad Media hasta nuestros días; consta de seis placas de oro -adornadas con rosetas en relieve, biseles de gemas y esmaltes- que llevan en su interior un círculo de metal, del que toma su nombre "ferrea", que una antigua tradición, ya relatada por San Ambrosio a finales del siglo IV, identifica con uno de los clavos utilizados para la crucifixión de Cristo: un reliquario, por tanto, que Santa Elena habría encontrado en el año 326 durante un viaje a Palestina e insertado en la diadema de su hijo, el emperador Constantino.
La tradición, que vincula la Corona a la Pasión de Cristo y al primer emperador cristiano, explica el valor simbólico que le atribuían los reyes de Italia (o aspirantes a reyes, como los Visconti), que la utilizaban en las coronaciones para atestiguar el origen divino de su poder y su vínculo con los emperadores romanos. Recientes investigaciones científicas sugieren que la corona, que en su estado actual procede de intervenciones realizadas entre los siglos IV y V, podría ser una insignia real de la Antigüedad tardía, quizá ostrogoda, que pasó a los reyes lombardos y, finalmente, a los soberanos carolingios, quienes la harían restaurar y la donaron al Duomo de Monza.
Desde entonces, la historia de la diadema estuvo indisolublemente ligada a la del Duomo y a la de la ciudad. En 1354, por ejemplo, el Papa Inocencio VI sancionó el derecho incuestionable -aunque posteriormente ignorado- de la Catedral de Monza a acoger las coronaciones de los reyes de Italia, mientras que en 1576 San Carlos Borromeo instituyó el culto del Sagrado Clavo, tanto para oficializar el reconocimiento de la diadema como reliquia, y vincularla a otro Sagrado Clavo, conservado en la catedral de Milán, que según la misma antigua tradición Santa Elena había forjado en forma de bocado para el caballo de Constantino, como una metáfora más de la inspiración divina en el mando del Imperio.
En virtud de su valor sagrado, la Corona de Hierro se conserva en un altar consagrado a ella, erigido por Luca Beltrami en 1895-96.
(fuente: Museo del Duomo)
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